Nuevos inventos tecnológicos, empresas cada vez más enfocadas en la innovación y una pandemia que pone en jaque nuestra vida como la conocemos. En medio de tantos cambios, la educación parece haberse estancado.
Era 31 de marzo de 2020 y cerca de 1.700 millones de estudiantes en el mundo (89,4 % del total, según cifras de Statista) se habían visto obligados a interrumpir su educación por la pandemia. Mientras los estudiantes estaban en casa y los colegios y campus universitarios se mantenían cerrados, las instituciones se “reinventaron” para no interrumpir los procesos de formación de quienes, en un futuro, trabajarán para resolver lo grandes problemas de la humanidad.
Y es que en un momento tan crítico para la historia del mundo, parece que la educación sigue siendo la respuesta: economistas que analizan el impacto del virus, investigadores y médicos que buscan una vacuna para salvar vidas o expertos en tecnología que intentan mantener conectadas y seguras a las empresas se mantienen como un recurso fundamental para nuestro desarrollo.
En septiembre, seis meses después, cuando el mundo regresa a la presencialidad, ¿qué nos dice la nueva realidad sobre el sistema educativo que conocemos? ¿Cuál es el futuro de la educación y cómo se relaciona con las empresas?
Educar para el futuro, no para el pasado
Los grandes institutos educativos del mundo lograron sortear la crisis, con más o menos dificultades, y pasarse al plano de la virtualidad para el que quizá nunca se habían preparado o al que, incluso, se negaban a dar el salto.
Los docentes descubrieron, aunque tal vez ya era evidente en las aulas de clase, que un tablero y un marcador no bastan para transmitir su conocimiento: aulas de zoom, micrófonos silenciados y un alumno que no siente la presión de un docente al frente de su puesto que lo obliga a estar atento por dos horas o, al menos, a aparentarlo, pusieron en jaque el que por décadas se presentaba como el método infalible: un profesor que ilumina a sus estudiantes con una verdad revelada.
Felipe Aristizábal, CEO y fundador de Geekboss, lleva años trabajando para encontrar otra ruta de enseñanza. Llegó al mundo de la docencia por casualidad y en el camino descubrió que era bueno en la tarea de transmitir lo que sabe, pero no quería hacerlo de la forma tradicional:
“A ti te enseñan teorías, pero cuando te enfrentas a la realidad te das cuenta de que el mundo funciona diferente. Hay que entregar contenido relevante que de verdad sirva para el mercado laboral y no para tener unas notas en un cuaderno al final del curso”.
A esta misma preocupación se suma Sebastián Echeverri, docente y consultor, quien cree que si bien el sistema puede mejorar, la tarea debe empezar por volver la educación una experiencia.
Según su visión, hoy el reto del docente está en ser capaz de brindar herramientas de aprendizaje de acuerdo a los intereses particulares de cada estudiante, facilitando un espacio colaborativo para generar nuevos conocimientos. Ahí vale la pena preguntarse entonces por qué si la educación es la columna vertebral de nuestras vidas, parece estar estancada en el tiempo.
Si en internet están todas las respuestas, ¿para qué buscarlas afuera?
Seguro lo has vivido: terminas tu pregrado y empiezas a trabajar, pero rápidamente te das cuenta de que nunca habías puesto en práctica lo que aprendiste. Dos años más tarde quieres ascender en tu profesión, crees tener la experiencia y el conocimiento necesario, pero tu empresa te exige que estudies un poco más; necesitas una especialización, una maestría o un doctorado para el trabajo que sueñas.
Vuelves a la universidad, estudias nuevas teorías, te concentras en clases magistrales y parece que estás listo para ascender. Ahora llega la pregunta: ¿qué problema real puedes resolver con lo que aprendiste?
“Estudiar se volvió un asunto de coleccionar cartones”, asegura Aristizabal, quien cree que la responsabilidad de transformar la educación no recae únicamente en los colegios y universidades:
“el día en que las empresas empiecen a valorar más la experiencia, las habilidades de cambio, la inteligencia emocional y otro tipo de habilidades en las personas, los cartones pierden valor”, insiste.
Es en este punto en el que las empresas entran al juego. Para Echeverri la clave está en entender ambas partes (educación y empresa) como un conjunto:
“las empresas insisten en formar a todos los empleados en el mismo tema simplemente por cumplir un número de capacitaciones anuales, y no están pensando en que ese empleado es la llave para encontrar soluciones reales a problemas reales y que debería entregarle herramientas que sean útiles”.
Pero para que esto suceda, también debe cambiar la forma en que socialmente se percibe la educación: deberíamos dejar de verla como un requisito para ascender laboralmente, y empezar a entenderla como una oportunidad para transformar nuestros entornos;
“si la educación no te sirve para pensar el presente, quiénes somos y cómo podemos resolver los problemas del mundo, no te sirve para nada”
Asegura Fernando Castro, profesor de la Colegiatura Colombiana y la Universidad de Antioquia.
Su conclusión es que a los centros educativos no los hace mejores tener un campus más moderno o tener una acreditación estatal, pues el foco de la educación debería estar en el ser:
“De las mejores universidades, con privilegios y posibilidades de acceso a la mejor educación, han salido personas corruptas. El punto no es solo el conocimiento, sino formar a las personas. Pero cuando se habla del ser, las grandes universidades miran de reojo”, insiste.
Hoy, con un acceso a internet democratizado y la posibilidad de encontrar cualquier respuesta en los buscadores, la tarea de aprender puede ser más sencilla. Solo necesitas buscar un curso online (y a veces ni siquiera tienes que pagar por él), darle play al video y empezar a tomar nota.
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Parece que estás en el mismo salón de clase al que asistías hace 20 años, solo que ahora a través de una pantalla. El reto de la educación entonces es, precisamente, entender que el futuro no está en cambiar de plataforma, sino en transformar las metodologías.
“Hemos notado que el problema de la educación viene de toda la cadena. Desde el colegio en el que quien gana es el que memoriza y no el que aprende”, insiste Echeverri; una opinión que comparte Aristizabal, que asegura que ahora que el conocimiento está para todos, se debe buscar calidad, con docentes que hagan clases memorables y se conviertan en un referente de éxito. Y es que cualquiera pensaría que si se puede estudiar a través de internet, la tarea del docente no es necesaria en nuestros tiempos. Aunque el autoaprendizaje toma cada vez más fuerza, hay habilidades para las que nunca fuimos educados y que el mundo nos demuestra que son necesarias.
Enseñar a enseñar y aprender a vender(se)
Si trabajas, por ejemplo, en el sector de la innovación, tu misión no solo será encontrar nuevos desarrollos, también tendrás que conseguir un cliente para tu idea o convencer a tus jefes de que lo que tienes en la cabeza puede generar un impacto real.
Pero, si solo te enseñaron a innovar, ¿cómo podrías lograrlo? Aristizabal se lo ha preguntado cientos de veces. En su trabajo como docente también acompaña a empresas y se ha dado cuenta de que esa es una falencia común: “se tiene la concepción de que vender es algo malo, pero es una de las habilidades más importantes en el mundo capitalista: saber vender una idea, hacer un pitch para mi empresa o incluso venderme para que me contraten en un trabajo”.
Esta es, según su postura, una de las habilidades en las que la educación debe fortalecerse para un futuro en el que los robots reemplazarán cerca de 700 empleos de los que conocemos hoy en día.
Empatía, manejo de las emociones y capacidad de trabajar en equipo son habilidades que, al menos por ahora, siguen siendo características de los humanos y no de los robots.
Pero quizá uno de los grandes retos que tienen los docentes es, precisamente, enseñar a enseñar. Una responsabilidad que hoy se delega únicamente a quienes deciden dedicarse a esta profesión, pero que podría ser la clave para propiciar espacios de conocimiento abiertos, cotidianos y que fortalezcan capacidades para el trabajo.
Para explicarlo, Aristizabal habla del afán que tenemos por castigar el error y premiar el acierto: “así funciona el sistema, pero equivocarse hace parte de nuestro ADN y así es como aprendemos desde pequeños. Qué bueno poder decirle a un estudiante que ya aprendió, que le enseñe a otro sin que se sienta ridiculizado”.
Si esta metodología se aprendiera desde el colegio y se pusiera en marcha cuando se llega al mundo laboral, probablemente los equipos serían más diversos y colaborativos; en una charla de amigos no se juzgaría a quien desconoce un tema y quien lo domina no tendría problema en compartir su saber.
Y aunque teorías existen muchas, este podría ser el camino hacia la educación del futuro: una formación en la que las habilidades, la experiencia, el saber hacer y el saber ser están por encima de los diplomas. Un sistema que valora el autoaprendizaje y que convierte la sensación de aprender en satisfacción y no en
obligación.
En Geekboss creemos que la educación debe cambiar, y para lograrlo reevaluamos los sistemas tradicionales y planteamos alternativas reales que impacten la formación del futuro. Esto es lo que proponemos:
1. Convertir la educación en una experiencia: Las clases que más recuerdas usualmente coinciden con profesores que lograban que te hicieras preguntas o iban más allá de una presentación en PowerPoint para poner en práctica lo que aprendías.
Para cambiar la idea de que estudiar es aburrido, los docentes deben replantear su rol como educadores.
2. Profesores bien pagados y referentes de éxito: Necesitamos docentes que en su día a día se dediquen a lo que enseñan y que, además, lo hagan de manera exitosa, para que se conviertan en inspiración para los estudiantes.
3. Más acceso, menos campus: No hace falta invertir en grandes estructuras físicas cuando podemos conectarnos para aprender. Cuando entendamos esto, sabremos que la educación no tiene por qué ser tan costosa y que el primer paso para romper las brechas sociales es garantizar educación para todos, pero de calidad.
4. No todos necesitamos un pregrado de cinco años: En medio de un mundo que cada vez evoluciona más rápido y que está cambiando constantemente, algunas profesiones necesitan mantenerse actualizadas. Por ejemplo, lo que un ingeniero de sistemas aprenda en primer semestre, probablemente estará obsoleto cuando termine su carrera.
5: No somos lo que estudiamos: Si nos preguntan quiénes somos, lo más probable es que respondamos nuestro nombre y a qué nos dedicamos en el mundo laboral.
Cambiar el sistema educativo implica entender que somos más que eso, que podemos crear conocimientos nuevos fuera de nuestra profesión y que debemos reconocer también que hay habilidades que deberíamos formar desde pequeños: finanzas personales, educación sexual y reproductiva o emprendimiento son algunas de ellas.